El cabo Hopkins repartía las cartas con la izquierda con la misma
destreza que con su diestra disparaba en el campo de batalla, capaz en segundos
de vaciar la munición sobre el enemigo. En el juego además se sabía ganador
antes de tomar asiento, nadie le hacía sombra. Lo peor y, aún sigue sin
explicación, fue el día que intercambió manos: no quedó uno vivo en la cantina.
:-)
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