Sentido sin
alguno es el libro de microrrelatos cuyo autor
Agustín Martínez Valderrama ha
publicado junto a la
editorial Talentura.
Por la red
circulan unas cuantas reseñas muy completas, la más profesional la de
Manuespada.
Personalmente me
atrevo a decir que Agustín es el microrrelatista surrealista por excelencia, genera situaciones,
mundos donde nadie lo haría, juega con la forma y con el fondo, hipnotiza las
palabras, altera su orden, su esencia, hasta el punto de suicidarlas en este libro. Pero suicidio
no gratuito, porque este tema para Agus es extraordinariamente vital. Caer por
las alturas de un edificio no es el fin sino el comienzo de una historia, su
alma. Incluso es capaz de retener al suicida suspendido en el aire para que lo
observemos todos, sin caer al suelo.
En su escritura destaca además la originalidad, atrevimiento, toma de riesgo, búsqueda de nuevos caminos, ironía,
elegancia, humor (ácido, negro), concisión y precisión.
Sentido sin alguno no deja indiferente al lector.
Entre los títulos
que me parecen inolvidables y que alguno de ellos han sido merecedores de
premios como por ejemmplo vencedor de relatos en cadena se encuentran: El hombre elefante,
Carne rebozada, Globalización, Equilibrio, Sonámbulo, Outsiders, Adiestramiento,
Progreso, La porra, Íncipit, Flechazo, Atrezzo, SITCOM…
Sirva esta
humilde reseña para aconsejar la lectura de este ejemplar.
Adjunto dos
microrrelatos de Sentido sin alguno y al final uno mío, pequeño homenaje al mismo.
Flechazo
Coincidieron en
el tercero. Ella tendía la ropa. Él se dejaba caer por el patio de luces.
Carne rebozada
La cena se
enfriaba en la mesa y nuestro vecino seguía igual. Desnudo, subido en una silla
y con una soga al cuello. A veces, bajaba y deambulaba cabizbajo por la
habitación. De aquí para allá. De allá para aquí. Luego volvía a subirse, se
anudaba la cuerda y colocaba los pies en el filo. Así llevaba toda la tarde.
Nosotros, desde la ventana, lo observábamos expectantes. Papá decía que sí.
Mamá decía que no. Pero el hombre, que si sí, que si no, no se decidía nunca.
Al final, corrimos las cortinas y nos sentamos a la mesa. La carne rebozada
fría no vale nada.
El suicida
Se
precipita desde la azotea cegado por los rayos de un sol de verano. Mientras
cae, repasa las desgracias que le han empujado a este salto, tiene tantas que teme
no llegar a todas. A mitad del edificio se ve rodeado por un remolino de hojas
de ocres colores, huele a otoño y sigue cayendo. Próximo al suelo empieza a
nevar y los copos se le meten en la boca, no saben a nada como su vida hasta
hace unos segundos porque ahora recuerda para su desgracia que nunca ha hecho
un muñeco de nieve. Y tiene frío. Tirita. Y se arrepiente.