Imagen tomada de la Red
Persiguiendo una pelota se acerca hasta mí un niño. Antes de que la alcance suelto el periódico que leo y la recojo con las manos. Nos quedamos mirándonos a los ojos. En los suyos, del color de los míos, veo reflejadas las lágrimas que derramé cuando una ola se llevó mar adentro el cubo y el rastrillo con el que hacía castillos de arena. Ahí están también las tortitas de leche que me preparaba la abuela y las canicas con las que solía ganar a mis compañeros de clase. De repente cuando noto que me agarran del brazo me doy la vuelta asustado y corro. Un hombre me persigue con una pelota en las manos y dice que es mía.