Imagen tomada de la red
A cada vuelta del tambor de la lavadora, mi corazón se desprende de una pena, una pena que intenta en su agonía juntarse a otras y camuflarse entre la espuma del detergente para resistir. Son los compuestos tensioactivos más modernos y eficaces de éste, los que parecen impedirlo. Menos mal, por fin acabaran de flagelarme. Penas banales, profundas, amargas, punzantes, corrosivas, reincidentes, colaterales, penas de todo tipo, acumuladas en este discurrir de la vida. Luego del centrifugado me seco las últimas lágrimas de mis ojos e inspiro, esperanzado. El olor a eucalipto, lavanda y flores blancas me relaja. Quien sabe, si por fin de este lavado, saldré limpio para siempre.