CICLOS
El telón vuelve a desplegarse.
El eco del griterío de los niños por las calles del pueblo, de repente, ha desaparecido.
El último rayo de luz, en el atardecer de hoy, se balancea en el filo que separa el pasado y el presente. Timorato, melancólico.
Los coches rugen el camino de vuelta, se unen a otros, venidos de otros pueblos, en las arterias asfaltadas formando un rosario de maletas cargadas de recuerdos doblados entre las ropas y enseres.
Atrás, la torre del campanario se resiste aún a desinflarse, como si no supiera su implacable destino. Ya lo hicieron otros protagonistas del decorado: la plaza, el frontón, los restos de las escuelas, la era de Esteban, las ovejas de Emiliano...
Por no quedar, no quedan ni los “adioses” de los abuelos despidiéndose desde los ventanales.
Hasta el próximo verano. Tal vez. Cuando el telón vuelva a enrollarse.