Cuento de Navidad
En un pueblo no muy lejano, que no puedo ni escribir ni pronunciar, ya
que rompería el hechizo, viven en una Navidad prácticamente perpetua. Al
acabar una de ellas, las saetas del reloj de la plaza comienzan a girar
más y más rápido, de manera que las horas se convierten en minutos y
los minutos en segundos. Todavía están los niños concentrados en sus
recién estrenados juguetes de reyes, cuando éstos, que iniciaron el
viaje de regreso a Oriente, dan media vuelta para recoger las nuevas cartas con los nuevos pedidos.
El período entre distintas navidades es tan pasajero, tan fugaz,
imperceptible casi, que los vecinos de este pueblo, no recuerdan en qué
lo emplean. Nada malo sucede en el transcurso.
En las tiendas, para deleite de los más golosos, siempre hay turrones. Y los balcones permanecen engalanados con sus bombillas de colores, dando forma a estrellitas y árboles de navidad de mil tamaños.
Lo mejor de todo es que los buenos deseos priman sobre las discusiones. Los conflictos han desaparecido y la ilusión rellena cada esquina y cada recoveco de este lugar.
Los recuerdos de las personas que faltan, por alguna mágica razón, se convierten en recuerdos positivos, tan intensos que parece que estos seres queridos nunca se han marchado.
Nadie es consciente de este fenómeno, viven felices todo el año.
Sólo un hombre mira caer copos de nieve a través de la ventana y recuerda, mientras de fondo escucha el ligero crepitar de los leños en la chimenea, el deseo que pidió cuando era niño. Todavía puede sentir a su abuelo jugar con él. Un abuelo al que por circunstancias de la vida, que no lograba entender, apenas sí veía unos días al año, en Navidad. Por eso, este niño hombre recuerda cómo cerró los ojos y deseó con todas, todas sus fuerzas, que siempre, siempre fuera Navidad.
Y así fue y es, al menos en este pueblo no muy lejano, que no puedo ni escribir ni pronunciar…
#cuentosdeNavidad
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Este cuento participa en el IV Certamen organizado por Zendalibros (clic aquí)
En las tiendas, para deleite de los más golosos, siempre hay turrones. Y los balcones permanecen engalanados con sus bombillas de colores, dando forma a estrellitas y árboles de navidad de mil tamaños.
Lo mejor de todo es que los buenos deseos priman sobre las discusiones. Los conflictos han desaparecido y la ilusión rellena cada esquina y cada recoveco de este lugar.
Los recuerdos de las personas que faltan, por alguna mágica razón, se convierten en recuerdos positivos, tan intensos que parece que estos seres queridos nunca se han marchado.
Nadie es consciente de este fenómeno, viven felices todo el año.
Sólo un hombre mira caer copos de nieve a través de la ventana y recuerda, mientras de fondo escucha el ligero crepitar de los leños en la chimenea, el deseo que pidió cuando era niño. Todavía puede sentir a su abuelo jugar con él. Un abuelo al que por circunstancias de la vida, que no lograba entender, apenas sí veía unos días al año, en Navidad. Por eso, este niño hombre recuerda cómo cerró los ojos y deseó con todas, todas sus fuerzas, que siempre, siempre fuera Navidad.
Y así fue y es, al menos en este pueblo no muy lejano, que no puedo ni escribir ni pronunciar…
#cuentosdeNavidad
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Este cuento participa en el IV Certamen organizado por Zendalibros (clic aquí)
1 comentarios:
Cuentito con muchos ingredientes, suerte. Saludos
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