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viernes, 4 de agosto de 2023

El hombre que no paraba de subir


 Imagen tomada de la Red


Ya desde cuando era bebé este hombre tenía la afición de subir y subir. Y es que no paraba de subirse a todos los sitios. Se subía por los barrotes de la cuna agarrándose con sus dos manitas y apoyando sus piececitos para darse más impulso. Menos mal que todavía no tenía fuerza suficiente, aunque en más de una ocasión fue salvado por sus padres en el límite de caer al otro lado.

Cuando aprendió a andar ya llevaba tiempo acercándose a gatas hasta el sofá del salón al que se subía, con cierta dificultad, pero lo lograba a base de insistencia para asombro del resto de la familia, a la que regalaba una sonrisa desde arriba.

En el cole pronto comenzó a subirse al pupitre. La atracción era superior a él, no podía evitarlo y en cuanto se quedaban solos por ausencia del profesor de turno, y mientras los demás niños tiraban bolas de papel o se ponían a hablar o a jugar, él se levantaba y de un salto se subía al pupitre. Tras unos cuantos castigos aprendió a reaccionar más rápido y sentarse como si nada cuando llegaba el profesor.

Durante su juventud esta obsesión lejos de aminorar, se incrementó todavía más. Se subía al autobús por la puerta de atrás, sin pagar, para bajar en la siguiente parada antes de que le pillara el revisor pero con la idea de volver a subirse en el siguiente autobús, de nuevo por la puerta de atrás, sin pagar y para bajar en la siguiente parada. Y así se pasaba las tardes. Subir, bajar, para volver a subir que era lo que apaciguaba su ansiedad.

Un día en esas subidas de placer y bajadas de obligación, conoció a su primer amor. Se complementaban a la perfección, al menos al principio. A él le gustaba subir, a ella le gustaba bajar. Y así fue como en las escaleras mecánicas de un centro comercial, surgió el flechazo, justo en el momento en el que se cruzaron. Ni qué decir tiene que él subía y ella bajaba. Fue una relación intensa. Llena de subidas y bajadas. Y como el equilibrio era imposible entre ellos, terminaron por seguir cada uno su camino.

De adulto este hombre siguió con su inquietud. Y eso que parecía haber subido todo lo que había por subir en la vida. Subió de reponedor a encargado, de encargado a subdirector, a director de tienda, a director de zona y en poco tiempo se convirtió en el hombre que dirigía los hilos de la mayor multinacional del planeta. Desde su despacho en la última planta del rascacielos más alto, recordaba cuando le decían “estudia que es para ti, que llegarás lejos”. Y parecía haberlo logrado, pero este hombre no podía parar de pensar en maneras de subir. Y como tenía mucho dinero, se compró un globo al que dicen que se subió y ascendió empujado por las corrientes de aire hasta lo alto del cielo. Y subió y subió y subió…

2 comentarios:

visir dijo...

jaja un relato ingenioso.....y ascendente.

David Ankee Cheyenne dijo...

¡Gracias visir!

Un saludo indio
Mitakuye oyasin

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