David Vivancos
EL EXTRAÑO CASO DEL REVERENDO DOYLE
Mientras suelto las pastillas en
las hierbas alas del parterre, observo cómo se agacha para inspeccionar mejor
la baranda de piedra y, seguidamente, analiza el picaporte del ventanal.
Aprovecho entonces para exponerle mis primeras impresiones tras el
reconocimiento previo del cadáverk, que ha efectuado en su ausencia. Asiente
emitiendo las acostumbradas emes valorativas cuando se inclina sobre el cuerpo
y estudia los ojos desorbitados y la lengua hinchada y azulada del clérigo de
Cippenham.
-¿Alguna idea sobre quién pudo
envenenar al reverendo, Watson?
Y yo niego con la cabeza, con el
frasco vacío y la carta dirigida al juez a la espalda. Aguantándome, como
puedo, la risa.
Sara Lew
MANUAL DE MITOLOGÍA
Sus labios perfilados se contraen
para dejar escapar un silbido corto, como de pájaro agorero, y entonces se acerca
a su presa y la relame, tentándola a morir placenteramente. Pocos hombres se
apartarían de Sibila aunque pudieran: su canto es una ineludible llamada al
amor. Se sabe que del último poblado costero donde fue avistada solo se
salvaron Elbert, un viejo marino de oídos apagados, y el lector, que cerró el
libro justo a tiempo.
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